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¿Es inocente la bioeconomía? (II)

La bioeconomía, al perder su rumbo inicial de sustentabilidad y mejor calidad de vida y ambiente, al sucumbir frente al poder de las finanzas mundiales, se enfrenta a la decadencia. Frente a este hecho se debe plantear un modelo nuevo.

Los bioproductos se obtienen de biodesechos o bioelaboración. La problemática nueva es que una granja pequeña podría generar su propio biogás para la energía, pero no lograría igual producción que una plantación gigante; por lo tanto, a los bioeconomistas les interesa la venta de bioproductos en grandes cantidades, llenando las arcas de los productores. La soya transgénica genera enormes cantidades de biodesechos; en consecuencia, se establece la misma cadena de dependencia financiera entre productores y consumidores. Algo parecido sucede con los biocombustibles: grandes extensiones cultivadas para grandes derivados e ingentes ganancias para los “inversionistas”. En todo esto, los Estados y las personas comunes poco intervienen.

La bioeconomía tradicional no ha logrado resolver los problemas de la humanidad porque no es inocente y está vendida al capital. En este panorama, las propuestas renovadoras de la ecología política parten del concepto del buen vivir, de la economía solidaria, la autonomía individual, la solidaridad comunitaria, la responsabilidad social regional y mundial.

Las fórmulas de la nueva ecología política apuntan también hacia la necesidad de reducir o salir definitivamente del modelo económico actual. Este nuevo modelo debe contemplar: desarrollo humano equitativo, comunalidad, progreso local y regional equilibrado, comercio justo, terminación del colonialismo científico-técnico y acceso igualitario al conocimiento, expansión de los derechos sociales como salud total y gratuita, educación solidaria, salarios dignos y, de manera urgente, reforma agraria real y acceso libre al agua.

El papel de la biomedicina y la investigación es clave para la ecología política moderna y solidaria. Entender los desafíos del cambio ambiental, manipulación genética para incrementar eficiencias y productos, nuevas técnicas de biorremediación, bioenergías alternativas, control de plagas, producción de alimentos y medicinas para 7 mil millones de personas, optimización del ambiente y espacios vitales, entre otros. El Estado debería comandar estos cambios.

Solo el 25% de las personas del mundo vive en  “condiciones ideales” de bienestar. Urge al menos empezar el cambio con la aplicación de principios de nuestros antepasados incas: uso adecuado del ambiente, reciprocidad y redistribución.

Autor: César Paz y Miño

Fuente: www.telegrafo.com.ec