Por Mónica Cualchi – Asistente de gestión de la Escuela de Negocios UDLA
Las emociones están presentes en todo comportamiento humano; sean positivas o negativas guían nuestras acciones, por lo que se han convertido en recurso estratégico de la comunicación política.
Las emociones fueron el último campo de batalla entre Gustavo Petro y Rodolfo Hernández, quienes se disputaron la Presidencia de Colombia en una segunda vuelta marcada con un sello en común: ambos representaban una ruptura en relación con los anteriores mandatarios. Sin embargo, son muy diferentes y sus campañas buscaron resaltar esas diferencias valiéndose de una estrategia de mensajes emocionales.
En comunicación política, como en cualquier proceso de comunicación, solo una mínima parte de los mensajes que reciben los receptores se decodifican racionalmente; la gran parte se “sienten”, sus significados son connotativos y varían por la forma en la que se perciben, el contexto en que se emiten y también por los “mitos” en los que creen los receptores.
Es así que vimos a un Petro que dejó de lado los mítines para grabar propaganda junto a mineros, empleados y artesanos, y también para dormir en casas de pobladores de escasos recursos y jugar fútbol. Su discurso se volcó al amor para suavizar los temores de que seguirá los pasos de los exponentes del Socialismo del Siglo XXI.
Por su parte, Hernández se enfocó en generar contenido para Tik Tok; la meta de sus asesores fue presentarlo “sin filtro”, auténtico, tanto que incluyó frases machistas, xenófobas y más exabruptos en sus mensajes. Como señalan los consultores políticos Durán Barba y Nieto, “se ha desatado el gusto por las imágenes bizarras: lo feo, lo ridículo, lo morboso tienen más espacio que las fotos que reproducen escenas convencionales”. Su objetivo fue conectar con el ciudadano “común”.
Finalmente, los resultados nos muestran cuál fue la campaña que logró posicionar mejor al candidato, o más bien, cuál impactó mejor en las emociones.