Por Fernando Del Vecchio, Ph.D. – Director del MBA en la Escuela de Negocios de la UDLA

Cuenta David Foster Wallace en su discurso de graduación en la Universidad de Kenyon:

“Dos hombres están en un bar en un remoto bosque de Alaska. Uno de ellos es religioso, el otro es ateo, y discuten sobre la existencia de Dios con esa intensidad que suele llegar hacia la cuarta cerveza. El ateo dice: – No creas que no tengo razones para no creer en Dios. No creas que no he experimentado lanzando mis plegarias a Dios. El mes pasado me sorprendió una tormenta de nieve, lejos del campamento. Estaba perdido, no veía nada, estábamos a cincuenta grados bajo cero. Así que lo intenté. Me puse de rodillas y grité: ´Si hay un Dios, que me ayude… estoy perdido en esta tormenta y moriré si no me ayudas´. Apoyado en la barra, el creyente mira confundido al ateo: – Entonces, ahora creerás. Aquí estás, vivo. El ateo hace un gesto de desdén: – No, para nada… lo que pasó fue que me encontré a dos esquimales y me mostraron el camino de regreso.”

Desde un punto de vista estándar en humanidades, el análisis es simple: la misma experiencia significa dos cosas diferentes para dos personas, según las creencias de cada uno y el modo en que extraen sentido de la experiencia. Como valoramos la tolerancia y la diversidad de creencias, no afirmaremos que una interpretación es verdadera y la otra falsa.

No vemos las cosas según las cosas son; vemos las cosas según somos nosotros.

Si quieres aprender más visítanos en la Escuela de Negocios.

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