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María Fernanda Ampuero en la UDLA: “La ficción nos enseña a vivir”

Migrar puede ser una experiencia espeluznante, quizá horrible para muchas personas. Migrar puede ser también dejar de ser ciudadano y convertirte en un ente sin nombre. Sin embargo, empatizar con esas historias puede darle un giro a esta dolorosa experiencia. María Fernanda Ampuero lo sabe bastante bien y por eso compartió su experiencia en la UDLA. La escritora ecuatoriana estuvo en la universidad para participar de un conversatorio, en el contexto de la Semana del Libro UDLA 2019. Aprovechamos para hacerle unas preguntas.

Luego de más de 10 años en España, ¿cómo defines la experiencia de migrar?

Es muy difícil. Es algo que nadie sabe exactamente qué es hasta que lo hace. La emigración que más conozco es la ecuatoriana a Madrid, España. Allí conocí a un amigo, que es periodista y que tuvo que recoger basura; y no es por recoger basura en sí, sino porque su vida no estuvo en ningún momento encaminada a prepararlo para ese trabajo. Alguna vez le cayeron unas botellas en la cabeza y se le abrió y tuvo que seguir trabajando. Cosas que, en un mundo normal, son inconcebibles.

¿Cómo te cambió la migración?

Es una lección de humildad. Es como el peor bautizo que puedas imaginar porque es toda una sociedad odiándote gratuitamente, poniéndotela difícil, la justicia, la policía, los empresarios, tus vecinos y tu propia paranoia. Entonces es descubrir que tú eres el “otro”, el “otro”, que está jodido y perseguido, pero que es inocente. Yo no le puedo recomendar a nadie que migre, a mí me implicó muchas lágrimas, mucha enfermedad. Pero, claro también dices: ´ahorita no hay nada que me pueda pasar en mi vida que me dé miedo´, a partir de eso es como estar en el reino de los cielos, todo lo demás es solucionable y fácil. La migración me transformó por completo, la situación de no ser ciudadana, es muy raro, muy triste. Porque desde que naces eres ciudadano de algún sitio, entonces esto de no serlo es muy extraño.

Alguna vez te referías a la diferencia entre ser un extranjero y ser un extranjero pobre, ahí hay una gran brecha…

Total, porque a los extranjeros ricos no les llaman inmigrantes. Inmigrante es el trabajador mal pagado, el de la construcción, de los cuidados, de empleos no profesionales y eso es lo que molesta a los países. No es el argentino que va a una agencia de publicidad o el colombiano que trabaja en una multinacional. Entonces, la diferencia es abismal porque a esas personas les ayudan a tener un estatus diferente. Estoy segura que para la economía son convenientes los inmigrantes, porque te ahorras pagarles seguridad social, vacaciones, permiso por maternidad o paternidad. Esa persona puede trabajar 15 horas sin pagarle, tiempo extra o fin de semana. Es como una esclavitud del siglo XXI. Y eso es lo más doloroso porque es la gente más desamparada a la que discriminan más. La fobia es a la pobreza y no tanto al extranjero.

Y este contexto, ¿las artes humanizan la migración?

Las artes nos permiten ponernos en los zapatos de otra persona, por eso leemos y vemos películas, porque queremos ver la vida de otra gente, sus historias. Tal vez en ese sentido nos acercan, en contraposición a lo que hacen los empresarios que deshumanizan al extranjero, al ponernos las etiquetas de: “problema”, “avalancha” “invasión”. Todo eso hace que seamos como una masa de zombis y, lo contrario a ese proceso, es ponerle cara al inmigrante y, en ese sentido, el arte puede acercar la experiencia.

Entonces, ¿se destruye el estereotipo al empatizar con una historia específica?

Claro. Imagínate yo, que siempre fui de alguna manera privilegiada en Ecuador, fui una niña de clase media, guayaquileña, de colegio privado… Toda la narrativa de tu vida está muy clara. Al emigrar mi cabeza está programada para pensar: “yo soy una persona” y, de pronto, ni siquiera me dieron un nombre. Los trabajos que yo realizaba no requerían que sepas mi nombre, entonces era “la de las tarjetas”. Nadie nunca me preguntó mi nombre, yo podía ser reemplazable. Cuando dicen: “vosotros los ecuatorianos”, nos dan características horribles de: vagos, ladrones, que vivimos 200 personas en un departamento, que somos sucios. Entonces, pensaba: por primera vez en la vida, pertenezco a un colectivo lleno de defectos y problemas repudiables. Pero no me conocen, ni a mí, ni a todos ellos.

¿Por qué crees que la gente opta por leer ficción para entender este tipo de historias?

Habría que pensar porqué a los seres humanos nos interesan las historias. Una conversación está llena de las historias de otros, incluso de gente que no conocemos, de: “una vez, una amiga…”. Y eso es porque más allá de un sentido de utilidad, hay un deseo. Por eso vamos al cine, por eso hay literatura, por eso existen las series. Todo es mentira, lo sabemos, sabemos que hay una industria, pero seguimos porque hay una pulsión del ser humano de alimentarse de historias. Creo que tenemos ese deseo de vivir más vidas por medio de las vidas de otras personas.

Paradójicamente, a veces no creemos las historias que pasan en la realidad, pero creemos las que suceden en un libro…

Totalmente, ese es el trabajo de crear la verosimilitud. A veces, la ficción es más cercana por estar dentro del personaje. Lo que hacemos los escritores es pensar qué está sintiendo ese personaje y eso te puede acercar mucho más que una historia real. Esa es la invención. Este trabajo es tan profundo que tenemos que hacer que sea verosímil ese personaje. Por eso, hay personajes de ficción más cercanos que una persona real. Todos tenemos personajes idolatrados, que a veces son más queridos que la gente real.

¿Consideras que los relatos pueden reflejar la difícil realidad de la migración?

Sí, creo que no hay tema que se pueda escapar de la ficción. Creo que la ficción también nos enseña a vivir, a sentir. Hay una base poderosa en la ficción que tiene que ver con la empatía y por eso existen los héroes o heroínas, porque sentimos que esos héroes podríamos ser nosotros, por eso lloramos y nos da tristeza que alguien muera o sufra en una película porque se despierta la empatía, sentimos que ese sufrimiento también es un poco nuestro. Entonces, sí, creo que contar la historia de la migración, por ejemplo, con todas sus múltiples facetas, sí podría cambiar la visión que se tiene sobre el extranjero. (DB)